"A ese sentimiento desconocido cuyo tedio, cuya dulzura me obsesionan, dudo en darle el nombre, el hermoso y grave nombre de tristeza. Es un sentimiento tan total, tan egoísta, que casi me produce vergüenza, cuando la tristeza siempre me ha parecido honrosa. No la conocía, tan sólo el tedio, el pesar, más raramente el remordimiento. Hoy, algo me envuelve como una seda, inquietante y dulce, separándome de los demás."
(Párrafo primero de la novela Bonjour, tristesse, de Françoise Sagan)
El fallecimiento de la escritora Françoise Sagan (1935-2004), que tuvo lugar el pasado mes de septiembre, ha despertado la melancolía de todos aquellos que tuvimos la oportunidad de leer alguna de sus novelas durante la adolescencia. Sagan fue una rigurosa retratista de esa clase media francesa inmersa en la amoralidad, el hedonismo y el hastío. A los 69 años de edad, ha dejado tras de sí una obra literaria compuesta por una cuarentena de escritos, entre novelas, piezas teatrales, guiones cinematográficos e incluso letras de canciones.
Procedente de una familia de clase acomodada, Françoise Sagan se vio seducida por el modelo de vida que ella misma proponía a través de sus obras: un espíritu de culto al placer y a la ociosidad de los casinos y las fiestas galantes, cuyos excesos eran descritos por la autora con cierta ironía.
En el verano de 1954, apareció editada su primera novela Bonjour, tristesse, escrita el año anterior cuando Sagan tenía apenas 18 años. La publicación del libro se vio rodeada de una gran polémica a causa de la escabrosa temática que abordaba y de la juvenil edad de la escritora.
Semejante controversia despertó el interés del cineasta norteamericano —de origen vienés— Otto Preminger, especializado en películas de contenido controvertido. Preminger ha pasado a la Historia del Cine gracias a un film noir sublime, Laura (1944). Sin embargo, su producción cinematográfica se caracteriza por el sentido crítico con el que abordó la mayoría de los temas que resultaron candentes en la vida social y política estadounidense de los años 50 y 60. Films como El hombre del brazo de oro (1955), Anatomía de un asesinato (1959) y Tempestad sobre Washington (1962), que reflejaban, respectivamente, el mundo de la drogadicción, la corrupción del sistema judicial y las argucias de las altas esferas del gobierno. No es de extrañar, pues, que Preminger deseara llevar a cabo una versión fílmica de la ópera prima de aquella joven novelista francesa que había sido calificada de "adorable pequeño monstruo" por la opinión pública de su país.
Los protagonistas de esta historia son Raymond, un padre viudo y maduro que se entrega continuamente a conquistas amorosas, y Cécile, su hija adolescente de 17 años que empieza a vivir el despertar sexual. Ambos son seres frívolos y egoístas que se profesan un mutuo respeto y complicidad en su costumbre común de seducir a los demás. Como todos los años, van a pasar juntos el verano: esta vez a un chalet alquilado en la costa sur de Francia. Allí se entregan a la vida despreocupada y alegre hasta que, cierto día, se presenta como invitada Anne Larsen, una mujer seria, disciplinada y culta, amiga de la difunta esposa de Raymond. Desde su llegada, Cécile presiente una amenaza que le estropeará las vacaciones y su incipiente relación amorosa con Philippe. Los temores se hacen verdaderos cuando su padre le comunica su intención de casarse con Anne, quien, desde ese preciso instante, introducirá un adoctrinamiento muy severo en la disipada existencia de estos dos personajes. Como venganza por su intromisión en las relaciones entre padre e hija, Anne se ve sometida a las perversas maquinaciones de Cécile, que tiene el propósito de poner punto final a los planes de boda de Raymond y de restablecer el desorden moral propio de su habitual vida bohemia. La joven manipula a su padre para que reanude su romance con una de sus antiguas amantes. Desgraciadamente, su esfuerzo tiene trágicas consecuencias: en un arrebato de ira y humillación ante la laxitud moral de Raymond, Anne huye del chalet en su coche y sufre un accidente mortal en una curva de carretera. El desalentador resultado provocará remordimientos en Cécile, despertándole un sentimiento que jamás había experimentado: la tristeza. Será el precio que su conciencia tendrá que pagar por todos esos años de frenesí vitalista e irresponsable.
Pese a no figurar entre las grandes obras de Otto Preminger, Buenos días, tristeza (1957) fue el resultado de una brillante colaboración entre profesionales del cine. La elección de los formatos de Cinemascope y Technicolor a la hora de filmar este drama en exteriores de la costa francesa contribuyó decisivamente a reproducir el ambiente de ostentación y lujo que rodea a esa clase media ahogada en sus propios vicios. En ese sentido, el tratamiento de la luz y los colores que convinieron Preminger y el operador Georges Périnal resulta idóneo porque aporta riqueza visual a la película.
Sin embargo, el guión no está a la altura de las grandes adaptaciones literarias. El doloroso contraste entre el placer y el remordimiento se ve menos intensificado en el film que en la novela. Los diálogos de Arthur Laurents son algo insípidos en ocasiones y no consiguen transmitir la contundencia de algunos pasajes vitales para entender la contradicción interior de Cécile. Tal es el caso del fragmento de la novela en que se explica cómo, con su extraño accidente, Anne ha dejado abierta la hipótesis del suicidio:
"Entonces pensé que, con su muerte, Anne se manifestaba —una vez más— distinta de nosotros. Si mi padre y yo nos hubiéramos suicidado —suponiendo que hubiéramos tenido valor para ello—, nos habríamos disparado un tiro en la cabeza, dejando una nota aclaratoria con el fin de que los responsables no volviesen a pegar ojo en la vida. Pero Anne nos había hecho el suntuoso regalo de dejarnos una enorme posibilidad de creer en el accidente: un lugar peligroso, la inestabilidad del coche… Un regalo que, por debilidad, no tardaríamos en aceptar. Y además, si hablo ahora de suicidio, no deja de ser fantasioso por mi parte. ¿Puede alguien suicidarse por seres como mi padre o como yo, seres que no necesitan a nadie, ni vivo ni muerto? Mi padre y yo, por lo demás, siempre hablamos de ello como un accidente."
Por otra parte, la traducción en imágenes del proceso de despertar sexual y primeras experiencias de Cécile sí que tiene una lograda expresión fílmica, pero se debe más bien al modo en que Preminger supo dirigir magistralmente a Jean Seberg en la pantalla. Seberg aparece potentemente sexuada en determinadas secuencias que transmiten una sensualidad equiparable a la que Sagan logra en la novela con sus descripciones.
El acierto en la elección de casting de Jean Seberg recibió una acogida tan unánime por parte de la crítica francesa —en la que, por aquel entonces, militaban figuras tan señeras como François Truffaut o Jean-Luc Godard— que, al poco tiempo, la actriz se convirtió en la protagonista de la emblemática Al final de la escapada (1958).
El film adapta la narración en primera persona de la novela como un largo flashback con voz en off, que divide en dos momentos la estructura cronológica: un pasado filmado en color, donde Cécile narra la experiencia de aquel verano, y un presente filmado en blanco y negro, donde es víctima de los remordimientos. Esta situación da paso al monólogo interior de la protagonista, que se lamenta del recuerdo insuperable de la muerte de Anne reflexionando en torno a la vida disoluta que ha llevado siempre y que ahora es incapaz de saborear.
Su mayor vínculo con ese pasado es su propio padre, con quien vive atrapada en una situación en la que se obvian completamente las secuelas que la muerte de Anne haya podido ocasionar en su relación y se elude el sentido de la responsabilidad de ambos frente a esa pérdida. El desamparo de Raymond se hace tan patente como el de su hija cuando ésta le dice que quizás no le acompañe el año próximo en sus vacaciones. Esa es la dura reflexión final sobre la culpabilidad de la acción irreflexiva que nos brinda Preminger con su habitual elegancia escénica.
Aunque, en apariencia, Buenos días, tristeza pueda resultar un drama intrascendente, estamos, en realidad, ante un revelador estudio sobre la vida disipada de una clase social y sus consecuencias éticas y, al mismo tiempo, también ante una reflexión —quizás poco profunda, pero no irrelevante— sobre el conflicto entre la búsqueda del placer y los remordimientos que, de ella, pueden desprenderse por la vía de una conducta moral irresponsable. De todas maneras, el éxito mayor de esta obra literaria (y de su correspondiente versión cinematográfica) radicó, sobre todo, en la identificación que el público adolescente, en plena pubertad, podía sentir frente al despertar sexual de la protagonista, que, indudablemente, ha guardado siempre una estrecha relación con la adolescencia de esa escritora libertina y sensual que fue siempre Françoise Sagan.
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